Meditaciones de Cuaresma: 24-29 de Marzo, 2025

Lunes 24 de Marzo

El silencio no es mudo ni hablador.

 

Pedro de Celle, La escuela del claustro

 

En el campamento, nadamos y andamos en bote en un lago. El lago no es grande, pero sí lo bastante grande para pescar, navegar en canoa y saltar desde un trampolín flotante gigante al que llamamos The Blob. Durante el campamento de verano, estoy en el lago durante nuestra actividad de natación, en parte para ser otro punto de seguridad, ayudando a contar cabezas y viendo si hay señales de peligro. Además, en parte voy al lago porque me encanta estar en el agua. Me restituye el cuerpo y el alma a un estado de reposo que me cuesta alcanzar en tierra firme.

Esto significa que, durante la temporada de campamentos, en una tarde cualquiera se me puede encontrar con un chaleco salvavidas, flotando en el lago Leo, donde paso la mayor parte del tiempo girando lentamente 360 grados, dando vueltas y vueltas, observando todo lo que ocurre: en The Blob, en la orilla, en el muelle, en el agua. Aquí no tengo las distracciones de la tecnología: No tengo mi teléfono, y mi walkie-talkie está de vuelta en la playa. La mayor parte de la actividad del campamento está alejada de mí, en una dirección u otra. En lugar de eso, simplemente estoy presente. Observo y escucho. Observo y escucho lo que sucede a mi alrededor y dentro de mí. Escucho la quietud de Dios que descansa en mi respiración, debajo de mi esternón. Escucho lo que surge y lo que se esfuma. Escucho los signos de angustia y los sonidos de alegría. Espero a ver qué pasará después.

Para mí, la Cuaresma es como balancearse en el lago. La Navidad ya pasó, en la orilla de lo que fue, y la Pascua que está por venir, llena de la promesa de nuevas aventuras y nueva vida. Desde aquí, en el centro, me siento y escucho el silencio interior, y observo el movimiento de Dios -detrás, delante, dentro- quieto y boyante a la vez.

Para reflexionar
¿Cómo practica el silencio y escuchar? Si no lo hace habitualmente, ¿cómo podría empezar a incorporarlo a su vida diaria?

Martes 25 de Marzo

Anunciación del Señor

Persista en su propósito sagrado, aunque fracase mil veces al día.

Louis De Blois, Espejo espiritual

 

Tenía diez años cuando Mary Lou Retton ganó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Verano y cambió para siempre el deporte de la gimnasia. Hasta ese momento, nunca me había interesado por nada remotamente atlético, pero, como millones de niñas, me entró la fiebre de la gimnasia. Por dos años tomé clases de gimnasia y pasé innumerables horas en el jardín practicando paradas de manos, flexiones hacia atrás, volteretas y giros. Arriba, arriba, abajo. Arriba, arriba, abajo. Practiqué y practiqué hasta que me di cuenta de que nunca pasaría de una voltereta frontal. Dar volteretas y balancearme por encima de bóvedas y barras requería una fuerza física y un coraje que yo jamás tendría.

Esos años no fueron inútiles, a pesar de mi intento fallido de conseguir el oro olímpico. En ese entonces aprendí algo que todavía conservo. Aprendí cómo se siente al tener un propósito y un impulso. Aprendí el sabor de los frutos de la práctica, la intencionalidad y el compromiso profundo. Aprendí lo bien que se siente al crecer en destreza y habilidad. Estas lecciones me han servido como madre, agricultora, escritora, directora de campamento y predicadora, por nombrar algunos de mis santos propósitos.

La Cuaresma es un tiempo en el que tenemos la oportunidad de practicar la disciplina espiritual de oír la llamada de Dios a nuestras vidas, de ayunar de las cosas que nos distraen y, en su lugar, de centrarnos en lo que el Espíritu Santo nos llama a hacer y a convertirnos en lo cotidiano de nuestras vidas. Es un tiempo de respuesta, en el que recordamos las palabras de María al ángel Gabriel en la fiesta de la Anunciación: «Aquí estoy, sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra». Seguimos esta respuesta con intencionalidad, practicando una y otra vez las volteretas y las paradas de manos de esa llamada, cayéndonos, levantándonos y volviéndolo a intentar.

Para reflexionar
¿De qué necesitaría ayunar para escuchar el santo propósito de Dios en su vida?

Miércoles 26 dDe Marzo

[Debemos] ser de ayuda a todos, abstenernos de herir a los demás por amargura.

 

Beda, Homilías sobre los Evangelios

 

El mundo es un lugar complicado hoy en día, quizá más que nunca, o al menos más de lo que lo ha sido en mi vida. La Iglesia es complicada, las familias son complicadas y las comunidades son complicadas. Como raza humana, hemos soportado y sufrido mucho dolor y trauma últimamente. Es por eso que no les diré que no se enfaden o se sientan frustrados si se sienten así. Pero rezaré para que su enojo no se convierta en amargura, para que no le forme un resentimiento en el hombro del tamaño de la joroba en la espalda de Quasimodo. Si la energía que le impulsa a seguir adelante hoy en día es ese resentimiento, debe saber que solo le dará energía durante un tiempo. La amargura es caliente y profunda, pero no regenera. Es muerte, no vida. Le quita la alegría, lo aísla y le hace promesas que no puede cumplir. La amargura no es un buen fruto; por el contrario, es un veneno que lo consumirá, destruirá sus relaciones y lo dejará en un desierto creado por sí mismo. Pero, afortunadamente, el desierto no es el final de la historia.

En la temporada de Cuaresma, tenemos la oportunidad de empezar de nuevo. Podemos elegir, con la ayuda de Dios y las oraciones de nuestra comunidad, y quizá con ayuda profesional si es necesario, practicar el ayuno de pensamientos y hábitos amargos. Podemos empezar a desenterrar las uvas podridas de no perdonar y quemar los relatos ácidos que nos impiden dar y recibir la misericordia y la gracia de Dios. Es ahora, durante la Cuaresma, cuando podemos empezar a confiar en el Amor como nuestra guía, incluso en momentos de ira y frustración. Tal vez sea un viaje largo, pero vale la pena, y no tenemos por qué recorrerlo solos.

Para reflexionar
¿Sabe distinguir entre la amargura y la ira justa? ¿Hay un espíritu de amargura en su comunidad? Si es así, ¿qué haría falta para empezar a erradicarlo comunitariamente?

Jueves 27 de Marzo

Lo que yace muerto y deforme en la letra del pergamino muerto, revive cuando se pone en práctica.

 

Pedro de Celle, La escuela del Claustro

 

Nuestro hijo menor, Miles, empezó a tocar el saxofón en el sexto curso. Aunque tenía cierta habilidad natural, él, como todos los demás chicos de su clase de banda, tenía que practicar para mejorar. Todos los alumnos debían practicar solos en casa, luego en la escuela con su «sección» y después, en los días próximos a un concierto, se unían al resto de las secciones y practicaban todos juntos como la Banda de Secundaria en pleno. El concierto del primer año fue del tipo que solo un padre o un abuelo pueden disfrutar. Pero, con el tiempo, Miles y los estudiantes que siguieron con el programa progresaron en sus habilidades según su talento y dedicación a la práctica, juntos y por su cuenta. En el último año, algunos incluso se habían convertido en músicos notables, capaces de tomar una partitura por primera vez y tocarla.

A lo largo de los años, he llegado a pensar que el trabajo de la vida espiritual es similar al de formar parte de un programa de banda escolar. Empezamos mal. Sí, algunos de nosotros podemos tener un talento natural inicial para cosas como la oración contemplativa o el ayuno, pero llegar a ser competentes en la vida espiritual para que cosas como la quietud, el perdón, la autorreflexión y el estudio de las Escrituras se conviertan en algo tan natural como respirar, requiere horas, días, años y vidas de práctica, solos y juntos. Requiere practicar nuestras escalas espirituales repetidamente. Requiere trabajar en grupos pequeños con personas que se encuentran en el mismo lugar o en la misma «sección» y que pueden ayudarnos a sentirnos menos solos en nuestros tropezones. Requiere practicar con la comunidad en general, con los que nos hayan superado y que puedan ayudarnos cuando perdamos una nota o un compás.

Para reflexionar
¿Qué práctica espiritual necesitaría revitalizar practicándola más regularmente, a solas y con otros?

Viernes 28 de Marzo

Los miembros deben servirse entre sí. Por lo tanto, ningún miembro será excusado de servir en la cocina a menos que esté enfermo.

 

La Regla de San Benito

Todos hacen su turno en la cocina.

 

Prácticas comunitarias de Procter

 

Cuando entraron en vigor las órdenes de permanecer en casa al principio de la pandemia, nuestro hogar, como muchos, tuvo que adoptar nuevas rutinas y prácticas. Uno de los cambios que hicimos fue cómo preparar la cena. Como todos los miembros de nuestra familia tenían edad suficiente para cocinar y limpiar, establecimos un horario para la cena. Mi marido y yo cocinábamos dos noches de la semana y nuestros hijos una noche cada uno. La séptima noche era para las sobras o sándwiches. Este sistema nos funcionó bien durante toda la pandemia, con una sola modificación. Después de unas semanas, quedó claro que teníamos que añadir a nuestra práctica la advertencia «el que cocina, limpia». Resultó que algunos miembros de nuestra familia necesitaban prestar atención a lo que ensuciaran, cosas que no tenían ningún empacho en dejar que algún otro limpiara.

«Si cocinas, limpias» nos ayudó a todos a ser más conscientes de la causa y el efecto de nuestras decisiones y acciones, no solo en la cocina. Inspirados por esta lección y por la Regla de San Benito, los monitores de nuestros campamentos diocesanos trabajan al menos una semana en la cocina. Todos los acampantes se turnan para ser «patrulla de cocina»: limpiar y desinfectar las mesas después de las comidas, barrer el piso del comedor y llevar el compost y los desperdicios a la granja después de la cena. Lo hacemos porque es importante para la cultura de nuestro campamento que todos se consideren parte de un todo mayor, que entiendan que sus decisiones y acciones afectan a toda la comunidad del campamento. Los campamentos, como nuestros hogares e iglesias, existen para el florecimiento del todo. Solo cuando el todo trabaja con gran intencionalidad para buscar y servir amorosamente a Cristo en los demás, cada uno dispuesto a realizar las tareas más ingratas, ocurre el florecimiento.

Para reflexionar
¿Qué tareas o funciones ingratas o incómodas podría asumir durante un tiempo para contribuir al florecimiento de su hogar o comunidad de fe?

Sábado 29 de Marzo

Vayas donde vayas, descubrirás que aquello de lo que huyes está delante de ti.

 

Anónimo

 

Hace años, oí a una anciana de nuestra iglesia explicar a un nuevo miembro de una tradición cristiana diferente por qué no creía que hubiera un infierno en la otra vida. «Oh, amor», dijo en su recatado y lento acento sureño, «yo ya estuve en el infierno. Estuve allí y regresé. El infierno es lo que nos hacemos los unos a los otros y a nosotros mismos. Dios no necesita infligirnos el infierno, de eso nos encargamos nosotros».

Las Escrituras están llenas de historias de expiación, juicio y confusión, lecturas que tal vez preferiríamos omitir o descartar por considerarlas arcaicas o limitantes. Sin embargo, creo que deberíamos repasarlas nuevamente, sobre todo en el contexto de la comunidad.

Mientras trabajamos para honrar la dignidad de todos los seres humanos y tender puentes entre nosotros y más allá de nosotros hacia el mundo, quizá nos beneficie a todos considerar cómo afectan todas nuestras acciones a los que nos rodean. ¿Cuántas veces usted o alguien que conoce se disgustó y cambió de iglesia, de trabajo, de barrio o de relación, solo para encontrarse con problemas y retos similares? ¿Cuántas vidas han sido dañadas en formas pequeñas y grandes porque en lugar de hacer el trabajo de sanar, aprender, crecer o cambiar donde ellos (nosotros) estaban, dentro de la comunidad en la que ellos (nosotros) fueron plantados, ellos (nosotros) buscamos la solución rápida de un césped más verde? Sabemos que las personas heridas hacen daño a otras personas. Pero, ¿somos lo suficientemente conscientes de nosotros mismos como para admitir que, a veces, somos nosotros los que hacemos daño a los demás?

Si esa anciana tenía razón y el infierno es algo que nosotros creamos, quizá el infierno también sea algo que podamos erradicar si, con la ayuda de Dios, dejamos de salir corriendo y empezamos a sanarnos a nosotros mismos y a nuestras comunidades.

Para reflexionar
¿Ha experimentado el «síndrome del césped más verde»? ¿Qué pasó? ¿Qué aprendió?